Muchos recordamos cada vez que
tiembla, el espantoso suceso que en el 85 hizo que miles perdieran a sus
familias, hogares, amigos, sin contar las huellas que dejan las imágenes de los
escombros. En el 85, yo tenía tan solo 5 años, y esta historia me la
relata mi madre cada vez que la tierra se sacude, o cada vez que ve a un perro
callejero. Mi nombre es Dalia, y esta historia podrá parecer insólita para
muchos pero para mi es tan verdadera como que estoy viva.
Cuando se habla de temblores, se
mencionan los edificios principales: Hotel Regis, El Hotel Alameda, Los Televiteatros,
el Edificio de Canal 5 de Televisa, el derrumbe de las dos antenas de Televisa,
el Edificio del Superleche; una parte muy importante del Centro Medico del cual
sobrevieron los recién nacidos, "niños milagro" (que permanecerion
por mas de ocho días en medio de los escombros hasta que fueron rescatados). El
edificio de 17 pisos Torre Tecpan de Tlatelolco que se desplomó, los Edificios
de las "costureras" (encerradas por empresarios Judios en la Zona de
San Antonio Abad) unos mil o más, quedaron tremendamente afectados y
gradualmente se han ido demoliendo al paso de los años... uno de ellos, era el edificio del departamento donde vivía con mi madre. Conocido como el Centro Urbano Presidente Juárez o Multifamiliar Juárez, en la calle de Orizaba y Antonio M. Anza. (nota: la referencia al lugar original fue modificado por petición del testimonial)
Mi madre tenía su propio negocio, una
estética cercana que nos dejaba para vivir bien y además conocer mucha gente
que en el futuro nos ayudó y extendió la mano de una manera absoluta. Es
sorprendente la capacidad que tiene el humano para actuar ante la crisis, (a
veces, me gustaría ver esa actitud en cada mexicano, cada día). En un día
normal, mamá y yo desayunábamos, me entregaba al kinder y de vuelta se ponía a
trabajar. En la tarde Xochitl, la mamá de mi amiguita me regresaba a la
estética y en ocasiones aprovechaba para retocarse la base o el color
negro azabache que usaba en el pelo.
En la tarde Agustina, la que hacía el aseo en el edificio pasaba por mí para
llevarme al departamento y a veces se quedaba otro ratito preparándome un
chocolate o ella tomándose un café. Todas
estas mujeres que rodeaban mi vida fueron muy queridas, casi como tías,
hermanas, abuelas, y madres segundas; puestas en la imagen de las primeras
mujeres independientes de la ciudad.
Todas las noches después de que mi
madre cerraba el local, pasaba al expendio de pan chino y compraba bisquets
para la cena. Un perrito callejero siempre estaba en la entrada del metro y
ella se compadecía de él comprándole una pieza de pan.
El perro que ya conocía a mi mamá, la seguía hasta el puesto de pan, gustoso movía la cola y se le acercaba a su mano para robarle caricias mientras
caminaban. De regreso la escoltaba hasta el edificio. Se hacían compañía
mientras el perrito se comía el pan y mamá se fumaba un cigarro. El día había
terminado.
Aunque esto
podía repetirse 365 veces había satisfacción en el trabajo, planes
como ir de vacaciones a Veracruz, ir al estadio azteca con el pretendiente de
mamá, salir al cine a ver de nuevo Dumbo, o cambiar la lavadora
por una que ya centrifugaba. Esto último sí lo hicimos pero resultó ser
más grande que la anterior, así que tuvimos que lavar la ropa en medio de la
cocina y acostumbrarnos a tener una mesa provisional.
Esa mañana del jueves 19 de
septiembre de 1985, mi madre preparaba el jugo y el piso se sacudió. Agustina gritó como
loca y se subió a la terraza en lugar de bajarse a la calle. Mi madre se asomó
y al ver que nada mejoraba, me agarro como costal y bajó las escaleras
apresuradamente. Eran 12 pisos que no auguraban buen final. Ella cayó al piso y
yo caí con ella 3 pisos más abajo por el centro de las escaleras.
El barandal ondulaba, los vidrios se rompían, las puertas tronaban, los
muros rechinaban... de pronto cuando mamá pudo llegar al 5to piso, yo ya no
estaba, me gritó pero no respondí. Prácticamente desaparecí. Regresó
al piso 7 y de vuelta bajó cada piso buscándome pero fue inútil, no estaba.
Un vecino sacó a mamá del edificio
literalmente cargándola pues ella se resistía a salir hasta no estar segura de
dónde me encontraría. Lloró y gritó mi nombre, preguntó a cada vecino, todos
estaban histéricos y sólo le respondían cosas como "cálmese
madre, todo va a estar bien, ahorita aparece". Pero
la angustia iba más allá, rebasando todos los límites del
maternalismo... cuando el edificio se desplomó en las narices de los inquilinos.
Imagina, estar parado viendo cómo el edificio donde vives se colapsa ante tus
ojos, y dentro de éste, todas tus pertenencias, tu patrimonio, y parte de tu
familia. Ese es el terror que estaba viviendo mi madre en esos
instantes (y muchas personas más en el centro de la ciudad). Pasaron horas para
que llegara la cruz roja, a muchos se los llevaron al instante, otros tuvieron
que esperar por camillas, entre los vecinos movieron algunos escombros pero un
grupo de militares los frenaron, ya que un movimiento en falso podría
ocasionar que el resto del edificio terminara de caerse.
No se sabe qué hacer, cómo actuar en esos momentos. Uno nunca está preparado
emocionalmente para enfrentar esas experiencias y menos físicamente para apoyar
o responder ante las circunstancias. Todos los cuerpos vivos y muertos fueron
hallados entre los escombros de mi edificio,
sólo faltaba yo.
Durante el día era imposible que hubiese
un minuto de silencio para identificar mi voz o mi llanto, aún así se
alcanzaban a oír los lamentos de un perrito a lo lejos. En ese momento, nadie
se detenía por un perro.
Pasaron 3 días y mi madre aún sin saber de mí. La preocupación de hallar a los
sobrevivientes dependía de administrarnos agua y medicinas, sin embargo se
acaba el interés por parte de los rescatistas en
seguir invirtiendo su tiempo en una niña que no aparecía, durante la
noche mamá iba a los escombros a calmar su llanto, para agarrar un poquito de
silencio y llamarme. Mi voz no se oía, ni mi llanto, nada, pero un ladrido
opaco siempre respondió a mi madre en señal de que no estaba sola, que debía
mantener la esperanza.
El ladrido provenía de abajo, de un
lugar enterrado. Ese perro al menos, debía ser ayudado...
Pese a que mi madre dejó abierta la
estética para que los vecinos pudieran entrar al baño, descansar y otros
necesitados sentarse, éstos comenzaron a persuadir a mi madre que aceptara “mi
muerte”. La liberaban de toda culpa y le pedían que dejara de buscar, se daban
por vencidos por ella, pues fui la única de ese edificio que prefirieron dar por
perdida y ofrecerle a mi mamá la opción de un funeral comunal junto con las
otras familias que sufrían de la misma pena.
El único recurso que no habían
agotado era el de los perros buscadores que si bien en México aún no estaban al tanto de ese avance, supuestamente trajeron de España y Francia unos perros pastores completamente entrenados para desastres como estos. (Hoy tengo mis dudas de quiénes pudieron traer esos perros ya que el presidente de la República Miguel de la Madrid, señaló que el país no requería de ayuda extranjera).
Hubieron unos cuantos que hicieron su heroico trabajo al olfatear y avisar si habían restos humanos en algún sitio durante las noches.
Hubieron unos cuantos que hicieron su heroico trabajo al olfatear y avisar si habían restos humanos en algún sitio durante las noches.
Un grupo de extranjeros envió a un perro por 15 minutos, era todo lo que podían
ofrecer y no más, después de eso, si yo no aparecía, quedaría enterrada como un
mueble.
Mi madre recuerda muy bien el momento del perro cansado y aturdido, trabajando entre los restos de restos buscándome.
De pronto, el perro aulló con mucha fuerza. Era un chillido inusual. Ladró y
corrió hasta el otro extremo de la esquina. Se devolvió al lugar donde comenzó
y así sostuvo sus chillidos por casi 5 minutos. El área que el can mostraba era
prácticamente inaccesible, una viga estaba doblada atravesando casi toda la
superficie de los trozos de cemento, mientras que el muro que alguna vez estuvo
ahí estaba completamente enterrado metros más abajo.
Para poder acceder, había que cortar la viga, pero eso haría que terminara de
derrumbarse el muro aplastando el espacio negativo que seguramente me protegía.
A los ladridos le respondían otros
ladridos, los mismo que mi madre había escuchado noches antes. Tal vez fue la
mirada desesperada que mi madre lanzó al rescatista, que él inmediatamente
accedió a comenzar la excavación sin importar que probablemente lo único que
encontrarían en el fondo era "solamente un perro"
Pasaron cerca de 3 horas. Grupos
voluntarios en su mayoría vecinos se acercaron a sostener, cortar, cargar,
tirar y hacer hasta lo imposible por acceder al fondo de la pequeña grieta. Finalmente
levantaron un bloque de cemento, lo primero que vieron, fue al perro que desde
hace días lloraba. Tenía sus ojos llenos de lágrimas, todo cubierto de polvo en
su cuerpecito que temblaba de miedo y desesperación. Era el perro que mi madre
alimentaba. Estaba echado sin haber podido levantarse
o enderezarse al menos 15 cm desde hacía 4 días.
A pesar de que vio a mi madre y le movió la cola dibujando una leve sonrisa, no dejó que lo sacaran; gruñía y pelaba los dientes a quien se le acercaba. Por una parte era el estrés pero también se debía a su instinto protector.
A pesar de que vio a mi madre y le movió la cola dibujando una leve sonrisa, no dejó que lo sacaran; gruñía y pelaba los dientes a quien se le acercaba. Por una parte era el estrés pero también se debía a su instinto protector.
Cuando los guardias y otros muchachos
lograron sacar al perro, este quería devolverse al hoyo pero por fin lograron
ponerle una correa y sostenerlo. Los rescatistas siguieron mirando la trinchera
y por un momento creyeron tener todo en contra, el fondo de la construcción se
seguía colapsando y no veían nada más. Derrepente, una pequeña mano se desdobló
desde el fondo lateral donde se hallaba el perro. Era como si junto al hueco
donde el pobre can aguardó, se hubiera formado una cuna tapada por una puerta.
A simple vista no se alcanzaba a ver nada incluso parecía una superficie plana,
había que estar en donde estaba el perro para darse cuenta que ahí había una
niña de 5 años, ahí estaba yo.
Todo ese tiempo me custodió y
protegió un perro que a pesar que era más de madre que mío, tuvo la lealtad de
permanecer a mi lado.
Me sacaron de la zanja desmayada y moribunda, en seguida me atendieron y aunque
todo duró un largo periodo de 4 días, no recuerdo nada de las horas que estuve
enterrada. La ambulancia corrió a mil por hora hacia los centros médicos que se
habilitaron en toda la ciudad. Una semana después ya podía hablar y moverme
casi como lo hacía siempre, la única excepción es que perdí mi pierna izquierda
al quedar oprimida entre dos bloques de concreto. De lo demás estaba
ilesa.
Mi madre daba tantas gracias a Dios
por haberme encontrado. Se sentía tan extrañamente agradecida con el perro que
nombró como Valiente, quien de hecho me ha protegido todo este tiempo.
Hemos platicado durante muchos años
sobre lo que pudo suceder. Una versión es que Valiente intentó rescatarme desde
el momento que caí, poniéndome a salvo entre las trabes de la esquina. Otra es
que intentó sacarme una vez demolido el edificio y se quedó atrapado también.
La única verdad es que sin importar mi bloqueo de la memoria sobre el temblor,
o la experiencia de permanecer atrapada, metros bajo el suelo, siempre llega a
mi mente la sensación de estar protegida por algo más que un callejero.
La energía que emerge de mi vago
recuerdo, es de calidez, no morí de frío gracias a que Valiente repegaba su
cuerpo junto al mio. No quedé completamente inconsciente (lo que pudo provocar
la muerte temprana), gracias a que Valiente lamía mi mano y mi cara de vez en
vez. Pude sobrevivir porque otro ser vivo me acompañó y con su lenguaje de amor
y lealtad me procuró hasta el momento que los rescatistas hallaron a Valiente.
De no ser por él, el perro entrenado nunca me habría encontrado. El mismo hecho
de que otro perro lograra mi rescate, me convierte en una protectora de
animales. A ellos les debo el que yo pueda estar hoy relatando este testimonio.
Valiente vivió con nosotras otros
ocho años más. Le dimos la mejor vida que un perrito que hasta una semana atrás
sólo conocía las puertas del metro, pudo tener. Tuvo un lugar más
importante que incluso todos los amigos que llegaron y se fueron en el
transcurso de nuestras vidas, Valiente fue constante y leal. Si se iba de
juerga regresaba siempre y, no había paseo al que se negara. Este ángel guardián
caminó junto a mi madre y a mi cada día que fui a la primaria y los primeros
años de mi secundaria. Yo nunca usé una silla de ruedas (no estaba en nuestra
sangre darnos por vencidas), usé muletas y un andador, incluso a la fecha, sólo
uso la silla de ruedas para hacer compras en el súper.
Valiente me daba fuerza, me hacia sentir muy
importante...
"¿Por qué nosotros? ¿Por qué mi vida?" Uno siempre se pregunta esas cosas cuando
un evento te marca y te cambia para siempre. Lo que he podido responderme es: Porque
puedo.
Dios puso a Valiente ante nosotras
para enseñarnos que ninguna vida es más o menos que otras, todas valen igual; que todos tenemos fortaleza para aguantar las cosas más inesperadas y para
soportar días bajo la tierra sin agua ni comida, para mostrarnos que nunca se
debe perder la esperanza. Que la ayuda llega de quien menos te lo esperas, que
la gratitud de un ser puede manifestarse por el simple hecho de haberle regalado
un trozo de pan, que el amor es la única fuerza absoluta y real que mueve al
universo. Esa es la respuesta.
Aunque mi madre y yo nos seguimos encargando
del negocio de las estéticas, dedicamos mucho tiempo a rescatar perros
callejeros, bañarlos, darles atención médica, principalmente esterilizarlos y
conseguirles casa o simplemente colocarlos en algún refugio. Honestamente hay
veces que el mismo perro vuelve a las calles, pero al menos tenemos la certeza
de que ya fue esterilizado y que tendrá una vida más controlada y sana. Muchos
de estos rescates, regresan a nosotras en busca de comida o de una caricia.
Es impresionante cómo te puedes
encontrar guardianes en lo alto y ancho de la ciudad. Amigos que has ayudado
antes y que luego te tienden la "pata". No temo caminar de noche por
la ciudad, porque sé que un ángel está cerca, porque sé que la prueba más
difícil ya fue superada. No temo a la vida, estoy agradecida con ella y con
todo el misterio que encierra.
Me gusta despertar y dormir y despertar, darme cuenta... estoy viva.
Valiente falleció en 1994 por causas
naturales y fue incinerado. Sus restos yacen bajo un árbol de naranjas en nuestra casa de Veracruz, mismas
que florecen y dan frutos a mediados de septiembre. Aún lo extrañamos mucho y
añoramos su compañía irrepetible, su gran entendimiento y constancia. La
presencia, fuerza y símbolo de protección que representó para nosotras.
Valiente es la imagen del perro callejero que nosotras pudimos llegar a
entender, conocer y adorar. Oramos porque muchas personas más le den una
oportunidad a un perrito de la calle y pruebe la dulzura inigualable que aporta
la compañía de estos animalitos.
Valiente me mantuvo viva, así como
muchos perros más han salvado vidas.
A lo largo de mi vida he escuchado historias y relatos asombrosos acerca de las hazañas que logran estos canes por sus familiares; es sorprendente que nosotros como raza humana aún no hayamos conseguido la armonía suficiente con nuestro entorno natural, que sigamos destruyendo nuestros recursos naturales como lo hacemos, que siga existiendo gente que maltrata a los animales o que los comercializa como si fueran objetos, que aún hay humanos que se sienten superiores a cualquier otra especie aunque seamos parte de la misma creación.
A lo largo de mi vida he escuchado historias y relatos asombrosos acerca de las hazañas que logran estos canes por sus familiares; es sorprendente que nosotros como raza humana aún no hayamos conseguido la armonía suficiente con nuestro entorno natural, que sigamos destruyendo nuestros recursos naturales como lo hacemos, que siga existiendo gente que maltrata a los animales o que los comercializa como si fueran objetos, que aún hay humanos que se sienten superiores a cualquier otra especie aunque seamos parte de la misma creación.
Me sorprende y me seguirá
sorprendiendo la bipolaridad del humano, con su gran poder creador y
destructor. Una ve los extremos con ambas experiencias y aunque es una montaña
rusa de emociones y sentimientos, una debe solamente hablar por las
experiencias propias, desde la perspectiva a la que la vida te ha orillado.
Todos tenemos el poder de cambiar una vida, del mismo modo que Valiente tuvo el
poder de cambiar mi destino.
Devuelve el favor en vida. Regresa al
mundo el amor con el que se te ha bendecido y si aún no has sido tocado por la
experiencia del amor infinito, genéralo hoy, tú puedes hacer ese cambio. Vive
en consciencia plena con tu entorno, no te tapes los ojos ante el sufrimiento,
haz algo para mitigarlo. Una pequeña contribución, tan pequeña y simple como
una pieza de pan puede cambiar el mundo, el mundo de un ser vivo tan importante
como tu y yo.
Dedicado a la memoria de Valiente 198?-1994
Tu familia te recuerda con amor.
Maricruz y Dalia Rojas, México 2012
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